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Debate
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De mis numerosas visitas que hice —a lo largo de toda mi vida—a la madrileña Cuesta de Moyano, una de las que más significado tuvieron para mí fue aquella que realicé un día —inusualmente luminoso y templado— del mes de marzo. Aquel invierno de 2019 se nos estaba antojando seco y en boca de todo el mundo rondaba la idea del cambio climático.En ese paseo fue cuando viví algo espectacular. Buscaba, como casi siempre hice, el libro sorpresa —viejo y descatalogado—. Así que hurgué en una montonera de obras donde ponía —a bolígrafo y en un trozo de cartón marrón— “1 € x 1” y “2 € x 3”. Estaba en la mesa del rellano de enfrente de una de esas casetas de madera —que aún se conservan y que datan de 1925—. Pesqué tres pequeños libritos de mi interés. Uno fue “El niño con orejas” de Vicente Molina Foix. Otro “Un médico rural” de Franz Kafka, y, el tercero, “Cuentos de la Alhambra”, una impresionante y sorprendente descripción de la España rural —de 1829— escrita, quizás, por uno de los primeros turistas a nuestro país. Este viajero era alguien bastante ilustrado, norteamericano, de nombre Washington Irving.Pero lo que más me atrapó fue, cuando al levantar la vista, al fondo de la mesa, vi otro cartel que ponía “1 x 1 €”. Detrás, se erguía un ejemplar de la revista “Anthropos (nº 50, extraordinario, de 1985).Se veía —en el estampado de la portada —una figura negra, indiscutiblemente, afamada. Y en letras pequeñas y rojas se leía: “Nos dirigimos al hombre, que es lo único que nos interesa”, de Juan de Mairena. Abajo y a la derecha —también en rojo y ahora grande— la firma irrefutable de un poeta: Antonio Machado.Miguel Hernández y Antonio Machado habían sido en mi juventud mis dos poetas predilectos. De Miguel Hernández, incluso, había realizado un trabajo de psicología sobre la simbología de la anatomía fantástica de sus poemas —en un intento de aproximación psicoanalítica—. De Antonio Machado, me atraía todo lo que a un maestro se le puede pedir: humildad, conocimiento profundo, sabiduría honda y filosófica, cultura a raudales, empatía social, maestría literaria y poética. Pero, lo que siempre más me atrajo de él fue que, era un hombre auténtico, bueno, sencillo y sabio.La revista contenía artículos de información y documentación concienzudos, que, recorrían la vida y obra del poeta. En la parte editorial me llamó la atención lo que contaba Rafael Alberti sobre Antonio Machado, a quien conoció tardíamente. Parece ser que, Antonio Machado, había formado parte de un jurado que concedió el primer premio a su poemario “Marinero en Tierra” (una joya de la literatura).Cuenta Alberti que —originariamente— su libro, se tituló “Mar y tierra”. Nos dice también que, casualmente, había encontrado después —en uno de los ejemplares enviados al concurso— una nota de Machado que decía: “Rafael Alberti: Es, a mi juicio, el mejor libro de poesía presentado al concurso”. Lo que le llenó de motivación y alegría.Pero lo que verdaderamente me atrajo para escribir este artículo — la parte más triste y negra de esta historia— fue lo que le sucedió, al final de su vida, a este célebre poeta. A un hombre bueno. A un gigante de la literatura de todos los tiempos.Yo siempre había intentado conocer el último periplo de Antonio Machado hacia Francia (hasta que llegó a la ciudad de Collioure). Fue acompañado —como todo el mundo sabe— por su anciana madre que falleció poco antes que él y de un hermano.[“Tras el pavor de morir / está el placer de llegar. ¡Gran placer!]Antonio fue enterrado en Colliure, el 23 de febrero de 1939. En la foto que preside este artículo se recoge la imagen, desolada, del cortejo fúnebre cruzando el Douy. El gran poeta aún sigue allí enterrado. Como si España no mereciera tener en su seno a su gran Homero. Un hombre compasivo y humilde había muerto: un poeta inigualablemente sabio y filósofo.La imagen del sepelio me resultaba desoladora –nunca la había visto antes—. Aquel día de 1939, como muestra la turbia fotografía, se observan de qué manera los robustos árboles, deshojados, se inclinaban, algunos, apesadumbrados, y, el agua encharcada, iba espejando, serena, lo que acontecía en su entorno, como si después del llanto no encontrara consuelo.[tú no verás caer la última gota / que en la clepsidra tiembla] [… (¡Yo pensaba: el alma mía!) / Y me detuve un momento, / en la tarde, a meditar… / ¿Qué es esta gota en el viento / que grita al mar: soy el mar?]El hispanista Ian Gibson, visitó su tumba en fecha reciente, con un ramo de tres rosas rojas apretadas contra su pecho —profundamente meditativo— ante Machado, que, pareciera que nunca quisiera volver con su gente.
JOSÉ FRANCISCO GONZÁLEZ RAMÍREZ
Psicólogo, Psicólogo educativo, Psicólogo clínico sanitario, Escritor, ponente, Artista y Locutor
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