Compañeros que envenenan los trabajos

Es difícil atajar y ponerles una amonestación, puesto que zigzaguean y se adaptan bien a los sistemas, los compañeros no suelen encontrar pruebas objetivas para una queja oficial o despido aunque estén cansados de ellos; es difícil ponerles un cascabel y es entendible, puesto que han pasado toda su vida revolviendo emocionalmente a todos cuantos les rodeaban y han salido airosos, en esa confusión de palabrerías constantes ellos se encuentran en su salsa.

 

A la larga, terminan agotando a cualquiera.

 

Pero es fácil reconocerlos, una de sus tácticas es hablar mucho de cosas neutrales, ofrecer mucha información y, entre frase y frase, despellejar a uno u a otro.

 

De igual forma se les reconoce porque uno siente que no le escuchan y no le dejan hablar.

 

Pero quizá, la persona más perjudicada como se suele creer no son los jefes, puesto que al final, para bien o para mal, el jefe tiene la última palabra y eso le auto-salva, lo peor suelen ser esos compañeros que son más nuevos, o los más débiles.

 

Los grupos humanos terminan por adaptarse a estas personas criticonas, puesto que en el fondo se tiene miedo a formular una queja (ellos son soberbios y vengativos y si les pones una amonestación te responderán con seis al mes siguiente), de esta manera se suele llegar a una homeostasis del conflicto que se termina por eternizar.

 

Como grandes orfebres, su estrategia es una acusación envenenada y dirigida a personalizar el conflicto para que el otro se sienta culpable, con la esperanza de que sea sumiso a su poder. Pero en esta dialéctica hay que saber que, pese a su supuesta fuerza envenenadora, él siempre sufre más que nadie.