DISCUSIÓN ABIERTA [Foro] Foros DISCUSIÓN ABIERTA [Foro] Cobardía, Miedo, Tristeza e Irresponsabilidad

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    COBARDÍA, MIEDO, TRISTEZA e IRRESPONSABILIDAD

    ¿Conoces a alguien al que pudieras definir como cobarde? ¿Cuáles son los motivos que te empujarían a definirlo así? ¿Se puede justificar su manera de actuar? En el trabajo, en la familia en el grupo de amigos… todos tenemos cerca a alguien a quien le podemos poner la etiqueta de cobarde..


    Una persona puede caracterizarse como cobarde, cuando no asume las consecuencias de sus acciones. Ser cobardes no solo se evidencia de esta manera. También, una persona es cobarde cuando carece de intervención. Es decir, cuando está ocurriendo alguna situación negativa y no ayudamos aun habiendo podido hacerlo. O cuando sencillamente le damos la espalda a situaciones que le están ocurriendo a terceros y por temor a intervenir, no lo hacemos. Así entonces, caemos entonces dentro del conglomerado de personas calificadas como cobardes.

    Sin embargo, en ocasiones resulta difícil evitar la cobardía. Pues a veces, sentimos miedo de abordar alguna situación que consideramos difícil. Como por ejemplo, aceptar algún tipo de reto dentro en el trabajo. Puede ser un nuevo puesto o nuevas funciones, para las cuales sentimos que no estamos preparados para desempeñar.

    La cobardía, definitivamente no te hace una mejor o peor persona. Solo que cuando sintamos que el miedo nos ataca, entender el por qué de ese sentimiento. Analizar la situación, y explicar a los otros que cuál es la fuente de ese temor. Los miedos e inseguridades al realizar algún tipo de actividad, no son razón de peso para que otros nos califiquen como personas cobardes. Mucho menos de baja autoestima, además de otros calificativos negativos.

    Debemos trabajar día a día para superar nuestros miedos y temores, y si es necesario buscar ayuda profesional para vencerlos.

    Lo relevante, es conocernos a nosotros mismos y saber de lo que somos capaces de alcanzar. Debemos trabajar día a día para superar nuestros miedos y temores, y si es necesario buscar ayuda profesional para vencerlos. La finalidad no debe ser quedar bien ante los demás, pues debemos quedar bien con nosotros mismos para nuestro propio crecimiento personal.

    No olvidemos que nosotros como personas valemos mucho, y no es justo castigarnos por algo que no logramos realizar o enfrentar en algún momento. Pues debemos tener el valor de trabajar en ello y superarlo. No existe otra manera de superar los miedos y temores, más que enfrentándolos. En conclusión, podemos finalizar diciendo que quizás el término cobarde es algo subjetivo. Y que calificar a alguien de cobarde, puede depender de la manera como sea visto o interpretado por cada quien.

    La cobardía es una de las características esenciales del ser humano. Es muy compartida, etiquetada en otros, pero muy poco reconocida. Sin embargo, y aquí quizás sea sorprendente, en determinados casos sigue siendo una estrategia adaptativa para nosotros.

    En múltiples ocasiones todos hemos echado la vista atrás y nos hemos encontrado con una duda: saber cuál hubiera sido el resultado si hubiéramos actuado de otra manera en aquel momento. Y al analizarlo, vemos que la cobardía está detrás de muchos de nuestros “y si….”.

    La cobardía va de la mano del miedo y del conformismo. Son inseparables. Si no hay miedo detrás, no es cobardía; quizás comodidad o vagancia, pero no cobardía. Se puede ser cobarde en varias dimensiones de esta actitud. A nivel emocional, a nivel de comportamiento o incluso a nivel de pensamiento.

    Existen varias formas de demostrar cobardía. La más evidente que se plasma en comportamientos. Más allá de lo que podamos sentir o pensar hay momentos en los que la situación nos pide actuar y no lo hacemos. Es un reflejo de “no reacción” por paralización, por inseguridad… podemos poner mil justificaciones.

    Esta es la forma más conocida y visible de cobardía. Podemos reconocer en los demás o en nosotros varios momentos en los que no dijimos un “te quiero”, “déjame en paz”, “no, ese es tu trabajo, hazlo tú”…

    También podemos ser cobardes de pensamiento.

    Puede pasar que exista una idea, una situación o incluso un recuerdo que nos molesta o nos da miedo y no le dedicamos tiempo. Ni siquiera nos lo planteamos, incluso sabiendo que se puede hacer “bola” en el estómago o dificultarnos la respiración. Si nos proponen hablar de ello nos evadimos, cambiamos de tema o mostramos una indiferencia forzada.

    Por último, está el cobarde emocional. No sentir para no sufrir. Huir de las emociones es la solución para muchas personas. Entienden una emoción como una complicación. Aquellas personas que se dejan llevar no los entienden.

    Pero quienes huyen de las sensaciones de miedo, tristeza, cariño, enfado tienen sus motivos. Estos pueden estar relaciones con dificultad de reconocimiento, expresión y empatía en la infancia o adolescencia, malas experiencias de adultos e incluso el miedo a perder el control de los impulsos.

    Tanto si somos nosotros los cobardes como si es alguien que conocemos, el sentimiento en relación a la cobardía es de incomprensión, decepción e incluso rabia. ¿Por qué se comportan así? ¿Por qué me comporto así?

    Tanto para los valientes como para los cobardes existe la misma respuesta. Un modulador fundamental de nuestra valentía tiene que ver con el número y la calidad de las herramientas y el entrenamiento personal con el que contemos.

    El miedo es una emoción compartida por todos, sin embargo, la cobardía es una actitud: la posición que adoptamos frente a ese miedo. Además, se puede actuar con miedo. Es algo lógico y humano.

    Por último, está el cobarde emocional. No sentir para no sufrir. Huir de las emociones es la solución para muchas personas. Entienden una emoción como una complicación. Aquellas personas que se dejan llevar no los entienden.

    Pero quienes huyen de las sensaciones de miedo, tristeza, cariño, enfado tienen sus motivos. Estos pueden estar relaciones con dificultad de reconocimiento, expresión y empatía en la infancia o adolescencia, malas experiencias de adultos e incluso el miedo a perder el control de los impulsos.

    Tanto si somos nosotros los cobardes como si es alguien que conocemos, el sentimiento en relación a la cobardía es de incomprensión, decepción e incluso rabia. ¿Por qué se comportan así? ¿Por qué me comporto así?

    Tanto para los valientes como para los cobardes existe la misma respuesta. Un modulador fundamental de nuestra valentía tiene que ver con el número y la calidad de las herramientas y el entrenamiento personal con el que contemos.

    El miedo es una emoción compartida por todos, sin embargo, la cobardía es una actitud: la posición que adoptamos frente a ese miedo. Además, se puede actuar con miedo. Es algo lógico y humano.

    La tristeza parece ser uno de los signos más distintivos de nuestros tiempos. Es como si la depresión se hubiese convertido en una afectación masiva dentro del mundo contemporáneo. De hecho, la Organización Mundial de la Salud viene realizando sucesivos informes en los que documenta el aumento del número de diagnósticos, hasta el punto de que algunos hablan de pandemia.

    Bajo la etiqueta de “depresión” se ubica casi cualquier forma de tristeza o malestar del ánimo. Pero no solo eso, también es una condición que se ha vuelto perfectamente tolerable y hasta se exalta en la vida cotidiana.

    Es común escuchar que alguien está “depre” o que “hoy no salgo porque estoy un poco deprimida”. Lo que hace apenas algunas décadas era una entidad psiquiátrica, ahora la palabra se ha hecho cotidiana y se confunde con la tristeza.

    Poco a poco hemos conseguido que se privilegien las distracciones, los entretenimientos y las manías para sobrellevar una existencia que no nos resulta placentera o digna de ser vivida. Hemos desconectado completamente de nuestra naturaleza y en los momentos en la que la percibimos, en los que acuden a nosotros las grandes preguntas, esta nos abruma.

    Existen serias sospechas acerca de los intereses que, en parte, pueden estar detrás de esta epidemia de depresión. Se promueve un discurso científico que da enorme valor a los factores orgánicos y genéticos involucrados en la tristeza.

    Así, las personas quedamos sin responsabilidad frente al sufrimiento que nos aqueja. Se trata entonces de tomar “x” medicamento y ya está. Las compañías farmacéuticas han sido las grandes beneficiarias en esta “epidemia”.

    La tristeza en la historia

    En la Antigüedad, el trastorno de ánimo que llevaba a las personas a permanecer pasivas, invadidas de tristeza y prisioneras de la falta de ganas de vivir, se adjudicaba a un desequilibrio en los “humores” del cuerpo. En la Edad Media, a esa tristeza crónica se le dio el nombre de “acedia” y constituía uno de los pecados capitales, antes de que ese concepto fuera absorbido dentro del de “pereza”.
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    En el siglo XIX, el psiquiatra Joseph Guislain definía ese estado permanente de tristeza como “dolor de existir”. Más adelante, Sèglas indica que se trata de una “hipocondría moral”.

    Para el siglo XX, la psiquiatría diseña el concepto de “depresión” propiamente dicho, y lo define como un trastorno caracterizado por el desánimo, sentimientos de culpa recurrentes, angustia, apatía frente al mundo, disminución del amor propio y un estado de permanente autoacusación o autoreproche que repercute de manera significativa en el estilo de vida.

    Es Lacan quien termina definiendo la tristeza crónica como un efecto de la cobardía moral. No es una acusación, sino un punto de vista que reivindica un hecho importante: sí, hay algo que cada persona debe saber sobre su tristeza. Hay formas de abordar y entender esa tristeza y es responsabilidad de cada quien construir ese saber.

    Quienes padecen una tristeza crónica experimentan un fuerte sentimiento de inautenticidad. Les parece como si la vida ocurriera en un escenario que no les pertenece. También registran lo que se podría llamar una sensación de “exilio” de todo lo que ocurre en el mundo. Como si el planeta girara y ellos siguieran ahí, quietos.

    Las personas con depresión se preguntan: “¿Qué sentido tiene la vida”. Y suelen acompañar este interrogante con una afirmación subsiguiente: “Hubiera sido mejor no haber nacido”. Tanto la pregunta como la afirmación son dos trampas en sí mismas.
    Ausencia de responsabilidad

    Por supuesto, la vida no tiene un sentido por sí sola, porque es cada quien el que se lo otorga. No existe un libro, ni un manual ni una ley que diga: este es el sentido de la vida. Y frente a la afirmación de que hubiera sido mejor no nacer, también hay allí una gran falacia: finalmente nacimos y estamos aquí. Es un hecho cumplido.

    Tanto la pregunta como la afirmación despojan a la persona de su responsabilidad. “Si la vida no tiene un sentido ya hecho, entonces no me interesa”, es lo que parecen decir. O “Si yo no pedí nacer, no me pidan ahora que haga de mi vida algo digno de ser aprovechado”.

    De este modo, se convierten en “objetos” de la tristeza, no en sujetos de la misma. Ahí reside su cobardía moral.

    Incluso, para algunas personas, el hecho de estar tristes puede convertirse en un motivo de orgullo: es la prueba de su condición “especial” y les permite construir todo un discurso en donde son víctimas eternas.

    Es cierto que no todos venimos al mundo con las mismas cartas. No somos hijos deseados, o somos pobres, o nos maltratan, o abusan de nosotros cuando somos incapaces de reaccionar o mil situaciones que originan dolor. Puede que esos precedentes dolorosos den origen a nuevas carencias y nuevas desilusiones.

    Pero somos cada uno de nosotros los que decidimos el tipo de lectura que podemos darle a esas situaciones. Esta es nuestra responsabilidad y no podemos cargarla sobre las cartas que nos han dado para jugar ya que, renegando de la propia vida, nos dibujamos nosotros mismos como perdedores melancólicos de la alegría.

     

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