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Etiquetado: Cerebro, Chantaje, Coacción, extorsión, Leyes, miedo, PSICOLOGÍA, responsabilidades
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COACCIÓN, EXTORSIÓN, CHANTAJE y MIEDO. LEY. CEREBRO y MENTE.
Extorsión, chantaje, coacción: los tres conceptos responden a una tipología delictiva que puede suponer, en caso de demostrarse, sentencias penales de un mínimo de un año a un máximo de cinco si se demuestra dicha actividad.
Aunque todas estas acciones resultan despreciables e intolerables por igual, entre ellas existen diferencias cruciales que las distinguen a efectos jurídicos.
Sin embargo, la extorsión es un tipo de delito o criminología que hace referencia a las situaciones en que un sujeto en cuestión obliga a que otro sujeto ajeno, poseedor de propiedades y riquezas patrimoniales, omita o realice un acto jurídico en su contra (del propietario, el extorsionado), todo esto mediante actos intimidatorios como la violencia o la amenaza.
En este caso, el sujeto pasivo o víctima se ve seriamente perjudicado económicamente, ya que la finalidad última de la actividad de extorsión es el lucro, el ánimo de beneficiarse económicamente, no dejando opción alguna a la persona afectada por su estrecho margen de reacción o negociación.
Los métodos para llevar a cabo con éxito la práctica de la extorsión suelen ser la intimidación que, para asegurarse la persuasión del afectado, suele pasar directamente a la violencia física, habiendo primero amenazas verbales para tratar de convencer a la víctima, pues la discreción es preferida por los delincuentes.
La coacción tiene una complejidad definitoria digna de analizar. El acto coactivo es, jurídica y técnicamente hablando, un acto voluntario por un sujeto A que, a su vez, se ha visto intimidado por otro sujeto B para sustraer, robar o apoderarse de un bien mueble o inmueble de un tercer sujeto C.
Aunque la acción es, como hemos apuntado, voluntaria, el sujeto en cuestión no es ni ha sido libre de determinar su conducta ya que ha sido previamente amenazado por el individuo delincuente.
No obstante, cabe incidir en el elemento amenaza como variable dependiente de la actitud del coaccionado, pues ésta no puede ser una simple amenaza verbal. Deben existir atenuantes claros de perjuicios graves, llegando incluso a la lesión física o a la amenaza de violentar a un familiar o amigo, por ejemplo.
Además, dicha amenaza por coacción debe ser de carácter inminente, irremediable e inevitable sin que el coaccionado tenga ninguna oportunidad de poder reaccionar o eludir la amenaza.
Por último nos encontramos con la definición del chantaje. En este sentido, el chantaje forma parte de un proceso más por el cual una persona decide beneficiarse de manera lucrativa de otra persona mediante la amenaza de perjudicar al chantajeado si no atiende a sus peticiones.
En definitiva, el chantaje hace referencia a la difamación o difusión de algo privado a la esfera pública con el objeto de hacer daño emocional en particular. Por ejemplo, aquél marido que le es infiel a su esposa es fotografiado in fraganti y otra persona se pone en contacto con él para pedirle una suma de dinero para silenciar el escándalo.
Dentro del chantaje encontramos otro tipo, de carácter no lucrativo: el emocional. En este caso se usa de manera que una persona pueda influir en los pensamientos de otra, de manera sensorial, manipulando los pensamientos del afectado. No se espera ningún beneficio a cambio, simplemente que el destinatario cambie de actitud.
No siempre es fácil saber identificar e interpretar las diferencias entre los tres delitos, ya que todos ellos persiguen un mismo fin, el de perjudicar al otro sea por un motivo u otro, en favor de uno mismo. Por consiguiente, habría que investigar los casos de manera individual, estudiando los elementos y las variables que intervienen para concluir que cuál se corresponde a la realidad.
No obstante, existen algunos elementos que distinguen tan parecidos conceptos. En el caso de la extorsión, la ofensa puede ser plural. Se perjudica a bienes muebles, inmuebles, la integridad física de terceras personas o la libertad.
Por el contrario, la coacción suele ser una acción directa e inmediata, que debe ser consumida ipso facto, y hace que el afectado actúe por él (coaccionador). Aunque en muchos casos la coacción responde a una finalidad lucrativa, ésta puede ser de otra naturaleza. Es decir, hacer que una persona hiera a otra en contra de su voluntad por el simple placer de hacerle daño físico.
Finalmente, el chantaje es quizás el que más se distancia de los dos anteriores. El chantaje también puede ser de naturaleza lucrativa, pero la violencia es mínima y el don de palabra es lo que suele consumar el acto de convencimiento en el perjudicado. Además, el chantaje emocional no se considera delito o es muy difícil de probar, por lo que resulta extremadamente complejo evitar que se produzcan estos casos.
Es inevitable que en las relaciones humanas se produzcan manipulaciones, sobre todo de forma inconsciente. Las más peligrosas de todas son el chantaje y la coacción.
En otras ocasiones hemos hablado de los vampiros emocionales, entendido como personas que manipulan a los demás para conseguir sus objetivos. En este caso, caracterizamos la manipulación a través de los dos agentes negativos que más dañan una relación humana.
La manipulación es un mecanismo que a base del empleo de trampas o engaños emocionales, las personas logran lo que estaban buscando. Esta manipulación puede ser consciente, llevar a cabo este proceso de forma deliberada y programada, o inconsciente, que se da normalmente en situaciones privadas. Por ejemplo, cuando adoptas una posición de víctima, cuando desprecias a alguien bajando su autoestima, o cuando aprovechas su debilidad para que esté a tu disposición.
El chantaje es una forma de manipulación que hiere más de lo que se puede llegar a pensar. Se lleva a cabo para controlar a otra persona y manejar sus sentimientos bajo la amenaza de que si no lo hace, las consecuencias serán peores.
De esta forma, la otra persona que lo sufre se siente presa de la persona que manipula, a falta de autonomía y libertad. Así la víctima actúa como y de la forma que quiere. El manipulador ha conseguido su objetivo.
Pero, ¿cómo una persona puede asumir esas decisiones impuestas? Dos pilares envuelven las emociones de las víctimas del chantaje: la culpa y la inseguridad. Si la víctima llega a oponerse sentiría culpable y, para reafirmar este sentimiento, el manipulador se encargaría de hacerle creer que, efectivamente, él tendría la culpa. Lo mismo pasa con la inseguridad, que debilita a la persona y la hace más maleable psicológicamente hablando.
Coacción: amenazas sin límites
Este método de manipulación se centra en buscar que la otra persona haga algo que no quiere a través de comportamientos más violentos y más abusivos que el chantaje.
El manipulador directamente amenaza. Utiliza el miedo y su creencia de superioridad para intentar conseguir lo que se ha propuesto.
La víctima es consciente del acoso que sufre porque se verbaliza la amenaza, y físicamente también se pueden observar rasgos de coacción. Aun así, no hay salida para la víctima. No encuentra una solución más que ceder ante la situación y realizar lo que el otro quiere.
Tanto con el chantaje como la coacción son engaños muy dañinos en las relaciones humanas. No aportan nada positivo y nadie debe dejarse manipular bajo ninguna circunstancia.
Cerebro y responsabilidad: las acciones bajo coacciónEn una serie de recordadas investigaciones realizadas en la década del 60, el psicólogo Stanley Milgram realizó un experimento en la que se les daba instrucciones a voluntarios para hacer descargas eléctricas a otras personas.
A pesar de que ahora se tilda a aquel estudio como infame, se pudo sacar una conclusión importante: que la mayoría de los participantes estaban bastante dispuestos a dañar a otros cuando se les ordenaba hacerlo.
Estas conclusiones se han utilizado innumerables veces para explicar por qué una persona puede cometer crímenes atroces, debido a que “sólo cumplía órdenes”, como justificación para negar la responsabilidad de sus acciones.
El estudio de Milgram investigó la disposición de las personas a inclinarse ante la autoridad y obedecer instrucciones coercitivas para infligir daño, pero no exploró cómo se sentían los participantes durante los experimentos, ni lo que estaba ocurriendo en sus cerebros.
Un nuevo estudio publicado en la revista ‘Current Biology’ que utiliza grabaciones de ondas cerebrales, muestra que cuando una persona es intimidada a realizar una acción, su cerebro procesa los resultados de dicho acto de forma diferente a acciones similares realizadas de manera intencional, lo que sugiere que la coacción, en efecto, disminuye nuestro sentido de responsabilidad, o la conciencia de que estamos en control de nuestros actos.
Cerebro y responsabilidad
La nueva investigación se basa en un fenómeno llamado unión temporal, descrita por primera vez en 2002 por el neurocientífico Patrick Haggard, y se refiere a la observación de que el cerebro comprime el tiempo durante las acciones voluntarias, pero no en las involuntarias. De manera que nuestras acciones voluntarias, y sus consecuencias, se perciben más estrechamente juntas, mejorando nuestro sentido de responsabilidad de dichos actos.
Los nuevos estudios pretendieron determinar de que manera la coacción altera la percepción del intervalo de tiempo entre una acción y su resultado.
En la primera exploración, 30 pares de personas voluntarias se turnaron para ser de “víctima” y de “victimario”.
En la condición de intimidación, un actor se sentó en la misma mesa y miraba fijamente al victimario. Le dictaba órdenes para darle una descarga eléctrica (suave) a la víctima y tomar un dinero que ganaba por cada descarga.
En la condición de libre elección, el actor hostigador se mostraba más distante y le decía al victimario de turno que podía dar choques eléctricos sobre la víctima con el fin de ganar dinero, o podía abstenerse de hacerlo.
Tanto en la condición intimidatoria como en la voluntaria, al pulsar la tecla que provocaba la descarga eléctrica se producían dos tonos audibles, el primero al momento de pulsar, el segundo con un retraso aleatorio variable de hasta dos segundos. Los participantes debían calcular el tiempo de intervalo entre los dos tonos.
Los resultados indicaron que bajo la condición de intimidación, los participantes estimaron los intervalos entre tonos significativamente más largos que lo que realmente eran. En otras palabras, mostraron un efecto de unión temporal reducido, lo que significa que tenían una menor conciencia sobre el resultado de sus acciones.
En un segundo experimento, los investigadores reclutaron a 22 voluntarios para una prueba similar a la primera. En este caso, se examinaron los patrones de ondas cerebrales asociadas a resultados de una acción mediante electroencefalografía (EEG).
En consonancia con el estudio anterior, un tipo particular de onda cerebral llamada N1, ésta era mucho más grande para los resultados de acciones no coercitivas. En cambio, las acciones forzadas producían una onda N1 más pequeña que las llevadas a cabo por libre determinación.
Los resultados de ambos estudios indican que ser coaccionado a hacer algo reduce el sentido de la responsabilidad, pero no sólo psicológicamente, sino también a nivel de la función cerebral básica.
Hace 50 años, Milgram demostró que una persona común es capaz de cumplir con instrucciones coercitivas, incluso si esto significa infligir daño real sobre otro. Estos nuevos resultados muestran que los efectos de la intimidación son universales, en lugar de ser asociados con cualquier característica particular de la personalidad.
Los autores del estudio sugieren una razón de por qué las personas pueden actuar de esta manera: la coacción puede reducir automáticamente el nexo entre una acción y su resultado, distanciando emocionalmente a las personas de consecuencias desagradables y disminuyendo su sentido de responsabilidad moral.
Nos seguimos leyendo, escuchando y compartiendo
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