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Debate
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Alfabetizar es una experiencia. Un proceso en el cual no existe discriminación alguna y que – obligatoriamente – todo niño debe franquear para poder ingresar al mundo social, usando todos los instrumentos necesarios que le permitan conocer ese mismo mundo y expresar libremente su subjetividad.En este camino de alfabetizar (desde los 6 a los 8 años) los primeros años de la escuela primaria, incluyen alumnos con diferentes tipos de déficit intelectual o emocional.Porque toda escuela es escuela inclusiva. Y toda alfabetización también lo es. ¿Qué debe garantizar una Institución escolar?Algo absolutamente simple pero también tremendamente complejo (digo complejo y no complicado): la equidad educativa. Es decir: no interesa cómo ingresa un alumno a la escuela; interesa cómo egresa de la misma. Todo alumno – independientemente de su déficit al ingresar al sistema educativo formal – debe egresar con fuertes habilidades cognitivas y con las herramientas elementales y necesarias para su desarrollo intelectual y social que le permitan incrementar su calidad de vida.Pero… un pequeño inconveniente surge en este proceso escolar: la falta de distinción frente a una necesaria discriminación de contenidos y metodologías lo cual deviene en múltiples variables estigmatizadoras.Una de ellas, y la más grave y relegada, es ignorar que todo alumno debe ser alfabetizado, posea un trastorno específico del aprendizaje o no.Lectura y escritura siempre serán dos caras de una misma moneda, siendo la lectura el emergente más claro de algún trastorno o déficit neurológico. Por eso el binomio lenguaje-aprendizaje caminan juntos. Hay una relación casi inseparable.La mayoría de los docentes y los grafólogos educacionales carecen de una formación adecuada en este ámbito específico de la neuroeducación. No todos, reitero, pero sí muchos de ellos. La raíz sigue siendo la misma: no se incorporan estos saberes a la formación curricular. Es algo verdaderamente lamentable ya que un niño – entre los 4 y los 8 años por ejemplo – pasa más tiempo con los docentes, que con sus propios progenitores. Y es en este período de crecimiento donde muchos trastornos, los del lenguaje más concretamente, son más evidentes, específicos y complejos.Es por esta carencia formativa que la mayoría de docentes, grafólogos y hasta muchas veces profesionales de la salud, reducen un casi seguro trastorno del aprendizaje al campo meramente emocional. No pueden (o no saben) distinguir un “problema” (el nene nunca tuvo un inconveniente lecto-escritural y de repente surge un cambio en su normatividad. Puede pero no quiere, porque, tal vez, está angustiado, estresado o deprimido por determinada situación) de un “trastorno” (el nene quiere pero no puede). Debemos diferenciar claramente entre un niño que posee estructura lingüística y no la usa (como en el caso del mutismo selectivo) de otro que no la tiene.Un “problema”, en general es emocional, pero no así una “dificultad, un déficit, un trastorno” como son el no caminar o un retardo en el lenguaje.Claro que la culpa no es solamente del sistema educativo, sino fundamentalmente del pensamiento estructuralista francés que nos dominó por tantos años. Un trastorno no depende de la cultura ni de las emociones ni de la carencia afectiva. Un trastorno es un proceso neurobiológico.Del 7 al 15 % de la población infantil mundial tiene algún tipo de Trastorno Específico del aprendizaje (TEA). El porcentaje varía según la opacidad o dificultad de la lengua. No es lo mismo la lengua española que la inglesa donde una o varias letras pueden decirse o escribirse de diferentes formas. Cuanto más opacidad, mayores índices de dislexia, por ejemplo, una severa dificultad para aprender a leer y comprender en ausencia de un obvio déficit sensorial o cognitivo. (Stank y Tallat,1988). No es una dificultad para escribir, aunque muchas veces acompaña a la dislexia. Si un niño lee bien y escribe mal no es disléxico.Por último: ¿Qué tiene que ver todo esto con Grafología…?Mucho. Muchísimo; ya que todo grafismo debe ser analizado desde su contextualidad. Es la experiencia la que me ha enseñado – y que sería necio de mi parte desconocer – que si estamos absolutamente convencidos que toda escritura está inserta en un campo psicológico y dentro de un momento determinado, no podemos desvincular el grafismo de un escolar – por ejemplo – de su problemática educativa real dentro del proceso educativo mismo.El aislamiento de una conducta patológica de un alumno por parte del psicólogo o del “grafismo emergente” o patológico por parte del grafólogo de su campo grupal o situacional y trabajarlo desde una mirada obsecuentemente molecular, individualista, “gabinetista” y aislada de su gestalt, solamente nos lleva a una huida de la noción de realidad, a un etiquetamiento del alumno, a un seriamiento del mismo y, lo que es peor todavía, a una “transferencia masiva y segregadora de toda la institución educativa” a la cual ese alumno pertenece.Una de las premisas que desprendo de los trabajos de Úrsula Avé Lallemant (y que los alumnos de grafología infantil se cansan de oírme decir) es que la naturaleza y evolución del pensamiento gráfico no es análoga a la naturaleza y evolución del proceso alfabetizador. Es decir: los grafismos de niños hiperactivos, agresivos, destructivos, belicosos, perturbados (Movimiento), incapaces de adaptarse a situaciones normales de convivencia (Forma) o con cualquiera de las diferentes conductas que son comunes en los recreos escolares (Espacio), tienen su origen, en un alto porcentaje, en la postergación del proceso de alfabetización (por carencia de diagnóstico o por estar mal diagnosticados o sobrediagnosticados) por parte de la hegemonía docente, familiar o institucional. Personalmente he comprobado cómo alumnos con algún trastorno del aprendizaje o del lenguaje – por esta otra discriminación educativa de la que no se habla; por este posponer sistemático de la alfabetización, generando un puente inmensurable entre el desarrollo “patológico” y el “común” – devienen en alumnos con severos trastornos tanto emocionales, de desarrollo como de aprendizaje.La grafología y la alfabetización tienen algo en común: ambos son actos de amor. Estigmatizar a un alumno o ayudar a desestigmatizarlo; comprenderlo desde sus carencias o desde sus desventajas o permitir que se lo siga “colonizando” desde su propia subjetividad; entender el grafismo como “emergente” de una inmensa y compleja trama vincular; saber decodificar gestálticamente el síntoma emergente desde la “clínica gráfica”, es parte de un proceso concatenante e interdisciplinar que nunca puede ser ajeno ni a la grafología ni al grafólogo escolar.Caso contrario nos transformaremos en cómplices de un inicuo sistema altamente iatrogénico.
Geplaatst door sencillezyorden.es op Donderdag 6 juli 2017
JULIO CAVALLI
Psicólogo | Pedagogo | Profesor | Director SP
Buenos Aires | Argentina
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